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Karina Winckler

Escritora - Prof. en Letras

 

La escritora y editora María Elena Sofía, al referirse a la novela de Marina Nill, sostuvo: “El Juego de las Máscaras, es un juego en el que nadie es quien aparenta y lo supuesto se derrumba para dar paso a la verdad más cruel, que sacude a cuatro protagonistas cuyas vidas se entretejen por capricho del destino. Desde el primer momento, una lectura envolvente, intensa y conmovedora.”… y sí, es la descripción exacta, un decir en pocas palabras lo que es esta creación literaria de Marina.

 

Desde su primer capítulo: “La Plegaria del Amanecer”, esta novela, “El juego de las Máscaras”, nos envuelve, no solo en su historia, sino en el modo en que ésta está narrada. El modo en que la vida de sus cuatro protagonistas está “entretejida”-por usar el mismo término que utiliza María Elena-, atrapa de forma tal que, a pesar de ser ficción, hace vivirla como si fuéramos vecinos del barrio, testigos y hasta partícipes de lo que les sucede… y junto con ellos, nos vamos enterando de todo y hasta asombrándonos, igual que ellos, de los pormenores que hay detrás de sus vidas. Sí, asombrándonos igual y junto con ellos.

 

Vidas que están relatadas de manera individual y a la vez como parte de un todo de la historia. Cada protagonista tiene su espacio propio, su tiempo de relato, su presencia en el relato que da la sensación de que, por instantes, todo gira en torno a uno, pero sin embargo, en una estrategia lingüística-literaria como pocas veces vista por quienes somos asiduos lectores de ficción, aparecen fusionadas, entretejidas, como si realmente el “caprichoso destino” se empeñara en hacer lo suyo y la autora nos las presenta como en un recorte de la realidad tan estéticamente bien logrado que puede verse, a medida que avanza la historia, cómo están relacionadas esas vidas y cómo, esos “hilos” que las entretejen, están seleccionados, pensados, cuidados, para que, podamos, por un lado, ver cada uno de esos  hilos y a la vez la trama completa de ese tejido.

 

Estética literaria, estilo único, recursos lingüísticos y trama, son el combo que vuelve esta novela un “elixir literario”. Sí, me tomo el atrevimiento de denominarlo un “elixir literario”, que, en esa mezcla maravillosa de estética, estilo, recurso y trama, nos envuelve mágicamente y nos hace desear más y más…a tal punto de que cada final no final nos deja ansiosos, anhelantes de continuidad.

 

Cuatro protagonistas que como bien lo sostiene la escritora María Elena, descubren “que nadie es quien aparenta” y todo eso que ellos suponían “se derrumba para dar paso a la verdad más cruel”. Verdades ante las que se encuentran ellos mismos siendo crueles por haber tratado a los demás conforme a esos supuestos. Crueles pero también víctimas de mentiras, de verdades ocultas, de silencios cómplices, que los tuvieron como partícipes involuntarios de las historias que los seres que más amaban les hicieron protagonizar sin remediar en el daño futuro.

 

Alejandro, Sofía, Ignacio y Daniela, unidos por el destino, que comparten el que cada uno haya vivido una vida basada en esas apariencias que algunos se encargaron de crear.

 

Cuatro protagonistas cuyas características, en tramos directamente presentadas al lector, y en otros brindando pistas, detalles, para que en esa complicidad autor-lector, indirectamente, podamos conocer cómo es cada uno, qué y cómo piensan, y qué y cómo sienten, e identificarnos, en esa humanidad con la que Marina Nill, con su estética y estilo literario, da a cada uno de sus personajes.

 

Personajes que transcurren su vida en escenarios conocidos por gran parte de los habitantes de este nordeste argentino. Lugares que pueden resultarnos comunes, pero que aparecen “pintados” en palabras, que invitan a recorrerlos, saboreando también con ellos, a través de esa astucia literaria de la autora, esa duda de estar ante fantasía o realidad.

 

Un pequeño pueblo correntino, como refugio de un gran secreto, que en esta tercera parte de “El juego de las Máscaras”, encontrará a un Ignacio Magallanes, buscando resolver, conocer, descubrir, aquello que su abuela, a la que su madre alejó de él, le confesara y que contribuyó a esa angustia existencial en la que vive desde siempre. Un pueblo, Itatí, que cobra protagonismo por una medallita que su abuela le regala.

 

Barrios resistencianos que ven transcurrir las vidas de una Sofía que debe huir de Buenos Aires, del espanto del accionar de un hombre, que vulnera su fragilidad de mujer. Una mujer que intenta vencer sus propios prejuicios y acepta vivir una experiencia que terminará generando cambios y comenzar una nueva vida, muy distinta a la que soñaba, en un lugar que poco a poco va descubriendo que tiene que ver con ella más de lo que imaginaba. La vida de una Daniela, una estudiante de letras, que atraviesa por situaciones impensadas, cargadas de dolor, y el redescubrir a su padre del modo distinto al que recordaba, sumado a la angustia de volver a perderlo en otra guerra, más cruenta quizás, que esa que marcó su vida, pero que no impide que lo vuelva a buscar…y la de un Alejandro, que ve cercano su sueño de convertirse en un gran periodista, que se muda a la ruidosa Buenos Aires, y que además de cargar con el peso de la continuidad del apellido, su vida también está marcada por esas verdades que también a él le ocultaron. Un Alejandro que poco a poco va comprendiendo que “darse la espalda a sí mismo, solo enfurece al destino”, porque éste también ya está marcado para él.

 

Algunos teóricos sostienen que para que la ficción cumpla su función y cumpla el efecto esperado, debe tener recortes de la realidad. En Itatí, como en las demás partes de “El juego de las Máscaras”, Marina Nill hace esos recortes de la realidad, introduciendo descripciones, detalles, rasgos distintivos, postales de una realidad chaqueña, que otorgan aún más valor a esa disyuntiva de estar ante la fantasía o la realidad. Descripciones de una villa donde un Ignacio solidario se siente útil e impotente ante la situación de pobreza de sus habitantes, pero presentada de un modo tal, que no es un mero relleno o acciones secundarias de la historia, sino, un complemento más que hace creíble, palpable lo que se cuenta.

 

Una pobreza descripta con una estética tal, que es imposible no visualizarla a través de los sentidos… y sentir un poco lo que siente Ignacio o esa Sofía que por primera vez conoció la pobreza de cerca.

 

Una trama que sorprende a cada instante y con cada protagonista, atravesada por el amor, sexo, prejuicios, religión, culturas, política, engaños, infidelidades, maternidad, nacimientos, muertes, abandonos, mentiras, costumbres familiares, amistad, deseo… donde nada es lo que aparenta… nada.

 

“El Juego de las Máscaras” dio comienzo en 2015, hace exactamente dos años, un agosto como hoy, llegaba a los lectores en su primera parte: “La Plegaria del amanecer”, donde se nos presentó a los protagonistas, donde todo parecía solo parte del azar, y desde allí nos tiene atrapados, envueltos en esta intensa y conmovedora historia. En agosto de 2016, llegó su segunda parte: “El Niño del Balero”, cuyo misterio nos movilizó como a Sofía, una de las protagonistas que comienza a conocer algunos detalles de parte de su vida que desconocía, y en la que ese niño del balero tiene que ver. Hoy, en este agosto de 2017, llega “Itatí”, su tercera parte, donde nos va a mantener atrapados especialmente con lo que sucede con Ignacio.

 

… Y no, no esperen que les cuente más sobre “Itatí”, regálense la oportunidad de conocer esta tercera parte de “El juego de las Máscaras”… y vivan la exquisita experiencia de sentir que quieren más y más de esta historia. Historia que, en esta espectacular “estrategia literaria”, terminaremos de conocerla en 2019.

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