top of page
  • Marina Nill

Mis aventuras y desventuras publicando mis libros

La semana pasada ofrecí un vivo desde Instagram, en el que hablé de mi vasta experiencia como escritora desesperada por ver (¡al fin!) sus libros publicados. Lo titulé igual que a esta entrada. Fue un recuento de aventuras porque cada experiencia fue como entrar a un mundo desconocido y muchas veces también árido, odioso, inasequible… Y por eso mismo, sería imposible separarlas de su contracara: las desventuras.

Aprendí mucho de cada una de ellas: les debo no haber repetido los errores del pasado en el futuro y hoy las agradezco, a pesar de que en algunos casos fueron un trago difícil, incómodo y frustrante.

Vienen de larga data estas aventuras, porque si bien siempre digo que formalmente mi carrera literaria comenzó en 2005, con Llamaradas de Recuerdos impresa en los talleres gráficos de la Universidad Nacional del Nordeste, lo cierto es que esa novela tenía un largo trayecto por detrás, que fue el que posibilitó llegar a ese momento.

Sí, es cierto que ver esa novela publicada en papel marcó un antes y un después. Cambió muchas cosas. Me dio un envión y a partir de entonces empecé a ver y hacer las cosas de otra manera. Pero —insisto— llegar a esa versión de la novela significó un detrás de escena de veinte años.

Escribí Llamaradas de Recuerdos por primera vez cuando tenía doce años. No era —por supuesto— lo primero que escribía: antes de eso hubo años de poesías infantiles, cuentos inconclusos y novelas que no prosperaban. Reitero lo que acabo de aseverar: en cada comienzo, hay un detrás que lo hizo posible.

Terminar esa primera versión de la novela también marcó un antes y un después en mi vida. Estaba muy orgullosa: había logrado concluir una historia que me parecía magnífica en comparación a lo que había escrito antes, me sentía escritora con una convicción que fue mermando con los años, y sentía el deseo y la necesidad de verla publicada y que todo el mundo la leyera.

Pero estábamos en 1986. La única vía que tenía un escritor para publicar sus libros era pasar a través de una editorial, y eso —como ahora— era imposible de caro. Había que tener mucho dinero o ser excelente, porque si iba a invertir, la editorial necesitaba asegurarse buenos resultados. Las editoriales —como aclaro siempre— son empresas, no organismos de beneficencia, y como tales quieren ganancias. Nadie iba a tomarme en serio con ese libro. Pero no me desalenté. Aunque me explicaron que era super caro y muy difícil llegar a publicar, yo estaba convencida de que en algún momento lo lograría. Y seguí escribiendo.

Desde los doce hasta los dieciocho escribí varias novelas. Y fue a los dieciocho cuando Llamaras de Recuerdos tuvo su primera corrección, porque comparándola con las que escribí después me di cuenta de la cantidad de cosas que había para mejorar y no puse reparos en hacerlo. Dos años después, como seguía siendo una escritora inédita y seguía sin tener dinero, se me ocurrió hacer una tirada artesanal (que consistió en hacer un original a máquina de escribir que fotocopié, cosí y pegué, y las tapas, lomos y contratapas eran cartones cortados a trincheta, forrados con una fotocopia color (¡innovación tecnológica del momento!) y un papel contact transparente encima, para protegerlas). Hice treinta ejemplares de esa manera, que se vendieron casi de inmediato, y hasta me encargaron diez más, con los que cumplí. Años después, dos de los compradores me devolvieron los ejemplares porque a mí no me había quedado ninguno de recuerdo y eso no les parecía correcto.

Yo estaba feliz de la vida: tenía mi libro publicado. Con 40 ejemplares no estaba por llegar demasiado lejos, pero había dado un primer paso y eso me causaba gran satisfacción. Sin embargo, en mi apuro por hacer las cosas por mí misma y mi desconocimiento de ciertos temas, empecé a cometer los primeros errores. Uno de ellos fue que confundí el trámite de obra inédita en DNDA con el ISBN, con la consecuencia de que no hubiera podido meter el libro en librerías para su venta. Aquello no me preocupó porque, de momento, ni siquiera quedaron ejemplares para llevar a las librerías. Pero sí ocurrió otra cosa: en 1995 pasé una larga temporada en Buenos Aires, y por consejo de unos amigos me acerqué a la Sociedad Argentina de Escritores (S.A.D.E.), porque si era escritora tenía que rodearme y formar parte de agrupaciones de escritores. No era algo que me entusiasmara, pero entendía que así funcionaba el circuito y fui, llevando como muestra uno de los ejemplares que me habían devuelto para que me quedara de recuerdo. Ni había terminado de pasar, cuando la mujer que me atendió —con evidente desprecio— me dijo que «eso» no era un libro, que volviera cuando tuviera uno. Ahora, recordando la anécdota, me dan muchas ganas de organizar otro vivo para reflexionar acerca de libros y soportes y la función de una editorial mediando entonces y en la actualidad, pero en ese momento tuve que aceptar que seguía en el punto de partida porque mi tirada artesanal hecha con tanto amor e ilusión, no era un libro. La única manera de ser tomada en serio por los demás era editar, y en esa época todavía la única manera de hacerlo era pasar por una editorial y sacar una tirada en papel.

No me desalenté. Poco después encontré una editorial en Capital Federal y me di el gusto de conversar con el editor, dejarle el ejemplar y pedirle una devolución sincera. Más allá del soporte artesanal, había recibido una observación acerca de que la novela estaba inmadura, que le faltaba mucho todavía, y deseaba una segunda opinión, y mucho mejor si era de un conocedor del tema. Me daba cuenta de que yo veía la novela como una maravilla a comparación de lo que había escrito a los doce años, pero que no estaba exenta de que la situación se repitiera. Sin embargo, la devolución del editor fue que el libro era muy bueno, la idea, el desarrollo le gustaron mucho, y me entregó un presupuesto para que la publicara.

Era 1995, todavía estábamos en la época del 1 a 1 (un dólar valía un peso). Recuerdo que yo debía pagar $600: cuando saldara el sesenta por ciento, el libro entraba a impresión. El proceso en sí era confuso para mí por entonces: lo único que tenía claro era que si juntaba el dinero, para el año siguiente podría tener mi libro impreso y me enfoqué en eso.

Las cosas no fueron tan fáciles. Llegué a pagar doscientos pesos pero estábamos en plena época del desempleo, y a la larga lo más conveniente para mí fue volver a Resistencia. Recién recibida de comunicadora social, al poco tiempo estaba trabajando como cronista de exteriores en un medio radial. Ganaba cien pesos por mes y podía darme el lujo de ahorrarlos. Cuando junté los cuatrocientos que faltaban, viajé a Buenos Aires para cancelar y ver cuáles eran los pasos a seguir. Sin embargo, al llegar al edificio donde funcionaba la editorial me enteré de que ésta había quebrado. El dinero, no obstante, tuvo un mejor destino: con él compré mi primera computadora: una maquinita armada a medida, que incluso tenía un monitor en tonos de grises, y un mes después compré también la impresora, una HP 400 en la que había que alternar el cartucho negro con el de colores, porque no tenía espacio para ambos a la vez.

Como escritora estaba de nuevo en el punto de partida. Publicar un libro parecía imposible. Pero en vez de desalentarme, seguía escribiendo.

Visto en retrospectiva, que la editorial quebrara fue lo mejor que me podía haber pasado. Dos años después conocí a Margot Pérez Solari, una de mis grandes mentores. Escritora también, autora de una novela maravillosa, Y serás hombre, que había sido publicada por Javier Vergara Editores, conocedora de los procesos de un libro y su publicación, tras leer con mucho gusto mi novela y asegurarme que tenía potencial y le había encantado, me propuso hacer un trabajo de intercambio: ella me guiaría en la revisión, corrección y ajustes que mi novela necesitaba, a cambio de que yo hiciera lo mismo con una que ella había escrito y estaba queriendo corregir. Nos pasamos los siguientes meses en una suerte de taller literario personalizado, en el que nos juntábamos prácticamente todos los días (generalmente a la tarde, a veces a la mañana) en su casa durante horas, y entre las perras, tecitos, conversaciones y recomendaciones de libros que intercambiábamos semana tras semana, avanzábamos con el desafío de nuestras novelas. Yo salí de la experiencia más enriquecida que ella, por supuesto, porque Margot tenía mucho más para brindarme.

Del proceso completo de Llamaradas de Recuerdos y la importancia de Margot en mi formación hablo en varios videos que pueden encontrarse en mi canal de YouTube. Lo que me parece importante señalar es que hubo una última corrección entre 2000 y 2002, porque encontré material que enriquecería mucho la historia, la haría más verosímil, y además había algunos detalles que quería ajustar. Acabó siendo un volver a escribirla. Pero valió la pena, porque fue cuando Llamaradas de Recuerdos se convirtió en lo que es hoy.

Gracias a ese trabajo detallado y extenso de corrección por el que pasó Llamaradas de Recuerdos tres veces, es que no me ocurre con ella lo que generalmente les pasa a los escritores con su primera novela, cuando la retoman y descubren con espanto un montón de cosas perfectibles, que en la actualidad harían de otra manera. Eso no quiere decir que no haya tachado, roto, destruido toneladas de hojas e incluso otras novelas, posteriores a ésta. Llamaradas de Recuerdos se salvó porque fue la primera novela que logré terminar y como tal le tenía un cariño especial, pero al mismo tiempo, era una historia fuera de lo común, no era algo que pudiera esperarse de una chica de doce años y mucho menos en esa época, y tenía un esqueleto y capas tan bien construidas, que a pesar del paso del tiempo, seguía atrayendo y conmoviendo a los lectores. Margot me amadrinó por eso, porque vio un potencial. Y gran parte de lo que vino después, se lo debo a ella.

Tras la última corrección, en 2003 la novela estaba una vez más lista para hacer un nuevo intento por publicarla. En esta oportunidad me acerqué a Rubén Bisceglia, titular de la Librería De La Paz en Resistencia, un mecenas que llevaba tiempo haciendo realidad el sueño de muchos escritores, de ver sus libros publicados. Fui sin demasiada fe, consciente de que en medio del desastre económico que vivíamos la edición de un libro no era prioridad. Sin embargo, Rubén mostró interés y el libro hubiera salido de su sello de no haber sido por la aparición de Coco Barreda, que conocía la historia porque meses atrás habíamos conversado la posibilidad de adaptarla al Teatro, y se llevó uno de los manuscritos para que el Rector de la Universidad Nacional del Nordeste evaluara la posibilidad de que se imprimiera en los talleres gráficos de la institución. Al cabo de un par de meses, la novela fue autorizada. Sin embargo, ni siquiera entonces fue así de fácil. Los Rectores autorizaban, pero el presupuesto impedía la inmediata publicación de los libros: como en una historia de terror, me contaron de muchos que estaban parados desde hacía meses, sin perspectivas de que eso cambiara.

En mi primera entrevista con el Director de la Imprenta, él me hizo un presupuesto y me dio una serie de consejos. Pasé el resto del año buscando sponsors para poder completar el listado de las cosas necesarias para la impresión. Me fue bien: para comienzos del año siguiente tenía todo. Sin embargo, tampoco entonces fue así de fácil. La imprenta de la U.N.N.E. estaba, principalmente, para la folletería y los trabajos del día a día de la institución, que eran numerosos. En ese contexto de «hacelo para ayer» mi novela no era una prioridad. Digamos para no hacerlo tan largo, que recién el 25 de noviembre de ese año 2004 me entregaron una caja con los primeros cincuenta ejemplares. En el plazo de pocas semanas, completaron los doscientos cincuenta.

Yo estaba super feliz de la vida de nuevo; casi no lo podía creer. ¡Por fin tenía mi libro publicado! Para mí era un logro muy grande y también cambió el modo en que me veían y trataban los demás. Sin embargo, no tardé en darme cuenta de que seguía en el punto de partida. Así como terminar de escribir no es un final, sino otro comienzo, lo mismo ocurre con la publicación. Si el autor no sigue moviéndose para la difusión, distribución y venta de su libro, no verá resultados.

Me fue tan bien con Llamaradas de Recuerdos que en 2008 estaba en la situación de tener que hacer una reedición al mismo tiempo que publicaba por primera vez mi segunda novela, Bufeos. Me habían hecho un presupuesto tentativo de cinco mil pesos por cada novela para una tirada de entre doscientos y trescientos ejemplares, dinero del que —una vez más— no disponía, y de haberlo hecho, habría destinado a otras cosas.

Estuve de suerte. Mientras hacía mi trabajo periodístico (por Corrientes en esos tiempos) acerté a leer o escuchar en la radio (ya no recuerdo) una nota más que interesante, en la que comentaban el auge de las ventas de las notebooks, sus bondades y facilidades, y remataban asegurando que dentro de cinco años estaríamos leyendo desde nuestros teléfonos celulares, que no eran los que teníamos por entonces.

Aquello me iluminó. Fue cuando se me ocurrió lo de los libros «econológicos» (económicos + ecológicos): el texto en PDF grabado en un CD que iría dentro de su cajita. Un libro en CD. ¡Primorosos! Incluso parecían un souvenir de libro: mucho más económicos tanto para el escritor como para el lector, amigables con la naturaleza, fáciles de transportar y con una serie de ventajas de las que hablo en esta otra entrada. Coincidió la presentación de Bufeos con la puesta en marcha de una librería virtual de autores regionales que lamentablemente no prosperó, porque en esa época no había tantas herramientas ni facilidades como ahora. Yo ya manejaba con mucha más soltura una serie de temas (entre ellos, los de derechos de autor). Viéndolo retrospectivamente me doy cuenta de que la mayoría de mis logros actuales (por no decir todos) se debieron a mis limitaciones económicas. Como nunca tenía el dinero para pagar por los servicios, tuve que estudiar por mi cuenta y aprender a hacer las cosas por mí misma. En ese proceso está la semillita de la Oficina para Escritores: un espacio amigable para los escritores, donde asesorarlos con el paso a paso a seguir a partir de que terminan de escribir sus libros.

Aun así, no me asumí como escritora autogestora hasta mediados de 2011. Ese año había encontrado dos (¡no una; dos!) agencias literarias en Argentina. Respirando hondo y tragando saliva (de nuevo, imaginando la fortuna que saldría contratar sus servicios) les escribí. A una llegué a enviarle una o mis dos novelas. Jamás respondieron. Supuse que habrían olido mi situación económica y prefirieron no perder el tiempo. Yo decidí en ese momento también dejar de perder el mío y tomar al toro por las astas. Busqué información (no había tanta todavía, pero sí algo para empezar) y armé un PPS para una charla que ofrecí en la Feria del Libro de Bella Vista en Corrientes en septiembre de ese año, para hablar justamente del paso a paso a partir de que se termina de escribir el libro. Repetí esa charla en Posadas (Misiones) en diciembre. Como mi intención era ayudar a los escritores para que fueran también autogestores y ahorrarles los malos ratos y las pérdidas de tiempo y dinero que había pasado yo, decidí escribir unas entradas en mi Página de Facebook de aquel entonces, explicando cada uno de esos puntos. Facebook era genial, pero las publicaciones con menos interacciones tendían a desaparecer, así que las rescaté, las junté en un Word y vi que tenía medio libro escrito. Lo completé, le cambié el tono, y gracias a una serie de afortunadas casualidades de las que hablaré en otra entrada, eso se editó en papel y en 2013 empezaron las presentaciones de Y ahora ¿qué hago?, un manual práctico para escritores, que actualmente está en revisión y actualización, porque desde entonces a ahora, muchas cosas no existen más, otras cambiaron y aparecieron otras más que no puedo dejar de mencionar. Pero como —nuevamente— la idea era llegar a la mayor cantidad posible de escritores, con el libro me quedaba corta, en el sentido de que dada la situación de Argentina, terminaría siendo más cara la encomienda que el libro y perdía sentido. Así fue como —con la ayuda de Lorena Maqueda y Rodrigo Cattarozzi— hicimos la primera serie de videos basados en el libro y los subí a mi canal en YouTube. Al igual que el libro, algunos quedaron desactualizados, pero es algo que empecé a revertir con los vivos con los que comencé el año pasado.

Parece un final feliz, pero no es un final. Tampoco sé si feliz. Para mí, sigue siendo una aventura. Porque el desafío no se terminó cuando me entregaron a Llamaradas de Recuerdos en papel ni cuando tuve la idea de editar a Bufeos en CD. El desafío sigue día a día. La tecnología avanza a una velocidad a la que me resulta casi imposible seguirle el ritmo: en muchos casos encuentro herramientas que me parecen novedosas cuando ya se crearon otras mucho mejores (no se olviden por favor de que vengo de la época de las máquinas de escribir) y como una parte de mí sigue teniendo doce años, cada vez que encuentro algo nuevo me tiro de cabezas a probarlo, con la ilusión de que esta vez sí se hará el golazo y me servirá para completar el trabajo que vengo haciendo y mis libros recibirán el envión que necesitan. Así, pasé por librerías on line, plataformas donde los autores se encuentran con sus lectores, tuve ya perdí la cuenta de cuántas páginas web, aprendí a maquetar y a convertir los textos a epub, y a diario hago malabares con media docena de redes sociales,

Ustedes me preguntarán: «¿Todo este trabajo, sirve?» No hay una respuesta única. En todo caso, dependerá de cuál era la intención del escritor. Como la mía siempre fue escribir para los demás porque tenía algo que decir, que me lean, provocar alguna reacción en el lector, estas estrategias del día a día a largo plazo sí me están sirviendo. Implica disciplina, perseverancia, paciencia y una renovación constante de votos porque —si escribir ya significa un retraerse del mundo y dejar de vivir para poder darle vida a nuestros libros— en estas tareas del día a día termina por esfumarse el poco tiempo que podría habernos quedado. Pero si estamos convencidos de lo que hacemos, no importa. Porque disfrutamos hacerlas. Y si dejáramos de hacerlas, ¡entonces sí nos quedaría la vida vacía!

6 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page