El 5 de julio participé de la Jornada “Del Derecho a la Cultura a la Transculturalidad. Patrimonio Cultural las Industrias Culturales” organizada por la Secretaría de Extensión y Asuntos Sociales y la Dirección de la Licenciatura en Gestión y Desarrollo Cultural de la Facultad de Artes, Diseño y Ciencias de la Cultura (FADyCC) de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) con la ponencia de “Cómo las nuevas tecnologías facilitaron la publicación y difusión de las obras literarias” que me permito rescatar porque incluyó a vuelo de pájaro un montón de temáticas que, de interesarles, podría empezar a desarrollar en mayor profundidad en este espacio.
Soy escritora, comunicadora social y estudiante avanzada en la Lic. en Artes Combinadas. En ese orden. Empecé a escribir a los siete años, pequeñas poesías, a los nueve algunos cuentos, y a los doce, mi primera novela. En esa época (estamos hablando de 1985) no existían Internet ni las computadoras: la única manera de ver un libro publicado era pasando por una editorial (eventualmente, una imprenta, algo que tampoco era recomendable), lo cual era por entonces tan costoso como ahora, y si uno no era un autor multipremiado o super ventas, se volvía realmente imposible.
La situación comenzó a cambiar a mediados de los `90, con la aparición de la PC de escritorio. Muchos autores comenzaron a autoeditarse. Con solamente tener su libro en Word, algún sencillo programa de diseño y una impresora, podían diseñar su libro e imprimir pequeñas tiradas de 20 o 50 ejemplares, stock que iban renovando a medida que vendían. Fue un avance importante. Pero si tenemos en cuenta que lo que nos mueve a los escritores es el deseo de que nos lean, publicamos para llegar a nuestros lectores, y entonces los que estamos en el camino de la autopublicación descubrimos otro eslabón del que tuvimos que empezar a ocuparnos: la distribución.
El acceso a Internet aceleró todo y creo un universo nuevo, que es el que trataré de abarcar de la manera más clara y sintéticamente posible. Primero fueron las librerías virtuales. Amazon es desde hace años la más conocida, pero de ninguna manera, la única. Existen muchísimas. Todas ofrecen un espacio en el que el autor puede hablar de sí mismo y subir sus libros para ponerlos a la venta. Incluso ofrecen la impresión en papel a pedido, sin que esto signifique un costo para el autor y pagándole el porcentaje que éste desee. Si el escritor sabe cómo preparar el texto (algo que tiene sus bemoles, porque cada una exige diagramaciones distintas) puede hacerlo por sí mismo sin tener que pagar un solo peso. De necesitar ayuda puede pedirla, pero un detalle no menor es que como estas empresas suelen estar en Europa o Estados Unidos, los precios están en euros y dólares. Otro detalle bastante desencantador pero necesario, es aclarar que los libros no van a empezar a venderse cuantiosamente por el simple hecho de haberlos subido a una librería virtual (así como tampoco se venden como por arte de magia cuando sacamos una tirada en papel y los distribuimos en las librerías). Es el autor quien debe ocuparse de mover los enlaces de venta enviándolos por correo electrónico y compartiéndolos en sus redes sociales (sí, se complica mucho la situación para quienes se resisten a ellas).
Hace un tiempo se abrió una puerta aún más grande en el capítulo de la autogestión: las plataformas de distribución de libros electrónicos. Para explicarlo brevemente, son sitios a los que los escritores pueden subir sus obras y éstas se encargan de distribuirlos en las principales librerías del mundo. Es un gran paso para la distribución. Concretar las ventas, sin embargo, requiere de otras estrategias que hay que implementar paralelamente.
Mucho más recientemente aparecieron las plataformas de publicación de novelas por entregas, en las que el autor puede empezar a escribir una historia desde cero (o publicar las que ya tenga listas), interactuar con sus lectores e incluso vender sus libros.
Hasta aquí, puntualmente lo vinculado a cómo las nuevas tecnologías facilitaron la publicación y difusión de las obras literarias. Pero no quisiera terminar antes de agregar un par de observaciones.
La primera está vinculada al trabajo de distribución. Sí, es cierto que Internet nos ha abierto un universo de oportunidades y que ahora para ser un autor editado y exitoso ya no es menester pasar por una editorial y una tirada en papel. Sin embargo, que los libros se editen en formatos digitales no significa que no haya que hacer una inversión para dejarlos listos. La corrección es necesaria sin importar en qué soporte se vaya a editar, el diseño de portada también, lo mismo con la maquetación y la conversión a otros formatos… El autor podría ocuparse personalmente de algunas de estas tareas (supongamos que de todas); aun así, estamos hablando de muchísimo trabajo, muchísimo tiempo, muchísima dedicación, concentrados en cada libro que quisiera publicar. Porque así como Internet me ha solucionado la publicación y distribución a mí, hizo lo mismo para el resto de los autores. Con esto, lo que quiero decir es que la competencia es enorme, y si uno tiene intenciones de destacarse por sobre los demás y tener alguna oportunidad de darse a conocer más allá de amigos y familiares, tiene que hacer las cosas profesionalmente, de la manera correcta. Y eso cuesta.
La segunda tiene que ver con el plagio. Recientemente escuché a un editor decir que a menos que uno sea un escritor premiado o super ventas, a nadie le interesará robarnos nuestros libros; lamentablemente, tengo que disentir con él. He visto (no me los han contado) casos de autores que vieron sus trabajos impunemente plagiados. Y es que en el encanto de las facilidades que ofrece Internet está su trampa. Nada es más fácil que copiar un trabajo, pegarlo en un documento nuevo y firmarlo como propio. Hay muchísimas maneras legales de resguardarse; les sugiero que se informen y tomen las precauciones del caso.
Finalmente, quisiera concluir con una reflexión acerca del futuro de los libros. Mucha gente se opone a los libros virtuales, alegando que son una moda pasajera, que solamente perdurará el libro físico, incluso no creen que sean libros de verdad porque consideran que el prestigio está dado por una tirada en papel respaldada por una editorial de renombre. En la vereda de enfrente, están los convencidos de que de aquí a un tiempo los libros en papel no existirán más. Yo no soy extremista. Estoy convencida de que ambas propuestas pueden convivir perfectamente, como lo están haciendo hasta ahora. Coincido en que el papel tiene su encanto; pero es posible que en el futuro se masifique la tendencia de imprimir ejemplares a pedido o tiradas reducidas. Lo digital seguirá creciendo, no solamente porque a pesar de todo, sigue siendo menos costoso, sino porque tiene grandes ventajas. La inmediatez es una de ellas. La practicidad, otra. Y está funcionando. A quienes se lamentan porque ya no se compran libros (basados en las estadísticas de las librerías convencionales), porque la gente en general y los jóvenes en particular, no leen, les cuento que sí leen, y en cantidades increíbles, sólo que lo están haciendo en otros sitios y de otras maneras. Discusión aparte sería ponernos a hablar de lo que se está leyendo actualmente; la literatura también va cambiando, como todo en nuestra sociedad; puede gustarnos o no, pero no depende de nosotros. Otra discusión podríamos mantener en relación a por qué se estaría leyendo más desde los formatos virtuales que los tradicionales (tiene que ver con las ventajas que mencioné anteriormente). Lo importante es que se sigue leyendo. Y que, insisto, si hacemos bien los deberes, podemos llegar al mundo, porque como hispanohablantes (el segundo idioma más hablado de los occidentales, según dicen) Internet ha derribado todas las fronteras.