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El precio de llevar un libro a la pantalla


Un comentario recurrente entre mis lectores, especialmente tras la presentación de mi novela El Juego de las Máscaras, es: «¿Para cuándo la película o la serie?» Más allá de que es un deseo frecuente entre los escritores, el de que se filmen sus historias, no suelen ser conscientes del precio que por lo general terminan pagando esas historias, y el mismo escritor. Aprovecho hoy, 15 de junio, para compartir estas reflexiones con ustedes, sean escritores, lectores o cinéfilos. No voy a generalizar: aunque tiendo a hablar (y escribir estas entradas al blog) en primera persona del plural, sepan que me estoy refiriendo a mí, mis ideas, intenciones y experiencias.

Primero y principal, soy escritora. Novelista, si bien he realizado también otros trabajos dentro de la escritura. Si me gusta escribir (quitando que sí, es una terapia maravillosa) es porque espero que me lean. Jamás escribí para mí. Si hubiera querido hacerlo, me habría limitado a tener un diario íntimo, que como terapia son bárbaros. Uno vuelca lo vivido, hace catarsis, y ni siquiera necesita preocuparse por la ortografía ni la sintaxis, si el único destinatario es uno mismo.

No fue mi caso. Desde mis primeros poemas, a los siete años, hasta lo que escribo en la actualidad, incluso esta entrada al blog, siempre tuve muy claro que hacía el esfuerzo pensando en la recompensa de la devolución de un lector. O, mejor, de muchos. Pero nunca para guardar esas palabras para mí. De hecho, el único intento que tuve de diario íntimo, a los trece años, fue un desastre total, porque yo quería la libertad de crear, que la trama, la historia y los personajes pudieran tener los giros que necesitaran, y mi día a día resultaba totalmente chato y estéril en ese sentido. Mi vida no valía la pena el esfuerzo de ser escrita, y mucho menos, como un desahogo secreto.

Retomo la idea del comienzo. Soy novelista. De los que escriben extenso. Mi última novela, en formato papel, tiene más de cuatro mil doscientas páginas. El proceso final de escritura me llevó quince años. La novela que más rápido terminé fue Bufeos, que entre escritura y corrección demandó cinco años. En formato papel tendría más de setecientas páginas. La más breve (por ahora) es Llamaradas de Recuerdos, con poquito más de quinientas, y un proceso de maduración desde su creación hasta que se publicó, de veinte años.

He escrito más breve y más rápido también, pero no novelas, que son el centro de estas reflexiones.

Sí invertí tantísimo tiempo, años de mi vida, de privaciones de todo tipo, incluso de recluirme y renunciar a mi vida social y familiar, para poder avanzar y finalizar esas historias en las que trabajaba, ¿por qué creen que yo preferiría que la gente se siente a ver una película, antes que leer el libro? No. Lean el libro, hagan el esfuerzo (sé que lo es, en esta era audiovisualista de lo ultra breve), que de todas formas, es un esfuerzo menor comparado al que hacemos los autores (empecé a pluralizar) mientras escribimos, y les aseguro, que el de ustedes, es mucho más placentero. Solamente tienen que leer, no releer, dejar reposar, retomar, leer de nuevo, corregir, entregar el texto a correctores, revisar las correcciones propuestas y volver a trabajar en el texto... mientras el tiempo transcurre y seguimos dejando la vida por sacar a la luz ese libro. Y eso que no estoy entrando en los detalles de lo costoso que es imprimir en papel (porque los lectores prefieren ese soporte) y los sacrificios que la mayoría hace para poder darles el gusto. ¿Por qué nos entusiasmaría que nos tiren por la cara todo ese trabajo, para sentarse a ver una serie o una película? Si de verdad tanto nos llamara la idea, escribiríamos directamente guiones, no novelas.

Pero supongamos que sí, porque sería una manera de llegar a más gente con nuestras historias, tal vez masivamente. ¿Nuestras historias? ¿En serio? ¿Cuántas veces salieron enfurruñados del cine, decepcionados, porque la película (o la serie) tenía grandes diferencias con el libro, criticando que faltó tal escena, que no apareció tal personaje, que en libro las cosas ocurrían de otra manera? ¿De verdad siguen pensando que es una buena idea llevar las novelas a la pantalla? Perdón que me refiera siempre a las novelas: es porque son lo que escribo. Pero en este debate entran también los cuentos y relatos, por supuesto. Como ejemplo, lean Las babas del diablo, de Cortázar, y vean luego Blow-Up, basada en este cuento, ambas piezas maravillosas, pero que muy poco tienen en común excepto el fotógrafo y una situación oscurita (no voy a decir más, porque no quiero spoilear nada) y me dicen qué les pareció.

El cine no puede resolverlo de otra manera, porque es otro lenguaje. Y es lo primero que tanto autores como espectadores deben de tener en claro para no llevarse esos chascos. Yo lo sé; era de los que criticaban a viva voz y salía decepcionada, hasta que... tuve la suerte de tener un par de cátedras en la Licenciatura en Artes Combinadas de la Facultad de Artes, Diseño y Ciencias de la Cultura, donde me enseñaron por qué ocurría eso, y por qué no era posible (ni conveniente) que fuera de otra manera. Se los comparto, porque siempre nos viene bien cultivarnos un poco (y enojarnos menos por cosas que no lo valen).

El cine es otro lenguaje, como les dije recién. Es un lenguaje audiovisual. Esto así dicho resulta obvio, pero lo que no se piensa, lo que no se sabe a menos que se conozca el detrás de escena, es cómo condiciona al artista y a la obra, el lenguaje desde el cual trabaje. Los escritores tenemos las palabras. Solamente palabras. Con ellas debemos construir oraciones, y con estas, escenarios, personajes, tramas... y debemos hacerlo con claridad, para que los lectores puedan traducir las palabras en imágenes en su mente. La palabra también posee una gran ventaja, y es que no tiene límites. Podemos ambientar nuestras historias en planetas lejanos, en tiempos remotos o futuros, podemos crear otras razas, otras especies, tecnología de avanzada..., ¡lo que se nos ocurra!; nuestras historias pueden tener la cantidad de personajes que queramos, pueden transcurrir en la cantidad de tiempo que necesiten. El único requisito, es que lo hagamos de manera atractiva, para que los lectores quieran acompañarnos hasta el final. La tecnología actual permite otras opciones, pero ponerme a hablar de eso haría interminable el post y perderíamos de vista el tema principal.

Ya que hablamos de tecnología, hoy día ha evolucionado de manera impresionante para todo..., pero hasta hace no mucho, poder traducir un texto a lenguaje audiovisual era toda una proeza, y por supuesto que –cuanto más retrocedamos en el tiempo– más difícil era hacerlo. Incluso en la actualidad, aunque la tecnología acompañe, una película ni una serie, pueden sobrevivir por sí mismas si lo único que hacen es poner en imágenes y sonidos lo que dice el texto escrito. Aquí entran en juego varios factores, que tienen que ver no solo con los recursos de cada lenguaje, sino también con la clase de esparcimiento que se espera de cada disciplina. De un libro sabemos que seguramente estaremos bastante tiempo leyéndolo; de una película, que en par de horas la veremos. Las series demandan más tiempo, pero aun así, no se comparan a la lectura de un libro. Adquieren esa agilidad, en parte, adaptando los textos a su propio lenguaje, y por eso, muchas veces aclaran, que están «basadas en una novela de», o que son «una adaptación de tal libro». Quien avisa, no traiciona.

Es en esa adaptación, suelen desaparecer muchos personajes, o aparecer alguno que no existía en el libro, y algunos acontecimientos, otros quedan trenzados de manera extraña (extraña, para quienes leímos antes el libro), algunos personajes cambian radicalmente, e incluso, a veces, la pieza audiovisual termina pareciendo una obra que nada tiene que ver con el libro original. Ejemplos sobran: Lo que el viento se llevó, Scarlett, El pájaro espino, La casa de los espíritus, Ana Karenina, Tiurón, El retrato de Dorian Gray, el mismo Harry Potter, El código Da Vinci; total, que las grandes piezas de la literatura universal ni los best sellers se salvan de esto.

No voy a detenerme en cada una de estas obras, porque para eso inauguré un espacio en mi canal de YouTube donde compartir estas impresiones con ustedes. Prefiero volver a mi propia novela. La de las cuatro mil doscientas páginas. Tiene, además, más de cuarenta personajes, entre principales y secundarios. Tantas historias pequeñas y medianas, paralelas a las principales, y que se relacionan con estas, que perdí la cuenta. Transcurre en el plazo de trece años, pero tiene varias analepsis donde se cuentan las historias de los padres, e incluso de los abuelos, de los cuatro protagonistas. Hay embarazos y niños que crecen, que también tienen un grado de importancia dentro de la historia, por eso los puse allí. ¿Cómo se resolvería esto en dos horas de película? ¡Imposible! Habría que hacer una selección a partir de la mirada del director, que decidiría qué le parece lo más relevante de la historia, y lo que mejor podría funcionar en lenguaje audiovisual. Y eso, aunque les cueste creerlo, no es destrozar al libro. Es salvar la película.

Opción número dos: una miniserie. No se crean que, como dispone de más tiempo de desarrollo, la historia quedaría intacta. Recuerdo mi decepción cuando, hace muchísimos años, vi –después de haber leído la novela– la miniserie de El pájaro espino, por la cantidad de personajes con los que me había encariñado, que no aparecían. Al revés me pasó con Scarlett, la continuación de Lo que el viento se llevó: primero vi la miniserie, y cuando al fin pude leer el libro, tremendo chasco me llevé, porque era muy diferente. ¿Qué pasó? Pues que tampoco es exactamente una cuestión de tiempo. Y vuelvo a mi novela.

El Juego de las Máscaras tiene diálogos, una buena proporción, pero desde ya, que no es una obra de teatro. Muchas situaciones se describen, y los diálogos sirven para aportar información, tanto de los personajes como de las situaciones. Ambos, diálogos y descripciones, están equilibrados en el texto, pero me temo que serían insuficientes para las exigencias de una obra audiovisual, que necesita de estos últimos para guiar al espectador dentro de la historia. Hablar de más, poner líneas que no existen en el libro, tiene su riesgo. En cuanto al mundo interior de los personajes, ¿se podría recurrir a una voz en off, quizás? Quizás, pero recordemos que son cuatro protagonistas... y que la voz en off, a veces, recurso maravilloso, mal usada, puede arruinar la película (o la serie). De todas formas, ese no sería problema mío, sino del valiente que quisiera traducir a su lenguaje mi novela.

Hay algo que me preocupa mucho más que los recortes o las extensiones que puedan hacerle a la historia, y es que esta, en su afán por ser el testimonio de una época, camina al filo. Si se la sopla (perdonen este pobre intento de metáfora) caería de un lado o del otro. Sí, me refiero a ideologías políticas. Y me niego rotundamente a que una obra mía y yo misma, quedemos pegadas a algo que no fue la intención original. Esto no es negociable. Esta época tan ideologizada, no es el momento. No sé si alguna vez hubo un momento ni si lo habrá. El tiempo dirá.

De todas formas, estamos conjeturando en el aire, porque para que algún valiente quiera llevar estas historias a una pantalla, tiene que tener la garantía de que interesará, de que habrá un mercado, y para eso, primero el libro tendría que ser leído y conocido. No descarto que haya por ahí alguien buscando historias originales... pero estoy bastante curada de espanto, porque también pasé años y años y años esperando que una editorial se interesara por mi obra... Mientras tanto, para dejar de ser una desconocida, fui autogestora y aprendí tanto, que ahora lo comparto desde la Oficina para Escritores. Quién sabe dónde podría encontrarme dentro de veinte años. Pero mientras tanto...

Vuelvo al punto de partida. Lean. Los escritores escribimos (perdón, pluralicé de nuevo) para que nos lean, de lo contrario estudiaríamos cine y directamente haríamos guiones.

Perdón que insista en esto, pero hay algo mágico en los libros. Nos transportan a otras dimensiones, nos ayudan a desarrollar la imaginación y nos sumergen en mundos únicos e irrepetibles, porque cada lector imaginará las historias, los escenarios y los personajes, a su manera. Nos cultivan y nos emocionan. Nos entretienen y nos enriquecen intelectual y humanamente. Sigan yendo al cine, por supuesto, al teatro y a muestras artísticas, pero no dejen de leer, porque el aporte de que harán las Letras en sus vidas, no puede ofrecerlo nadie más.

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