Hoy quiero compartir el recuerdo de una persona que fue muy importante en mi vida, porque marcó un antes y un después en mi carrera literaria. Hasta podría asegurar que fue quien, gracias a la mano que me tendió, me hizo saltar la brecha entre ser «una chica que escribe cosas» a «Marina Nill, la novelista».
Se trata de Ramón «Coco» Barreda. Para quienes no lo hayan conocido, era actor, participó como organizador y profesor dictante, de cursos, talleres y capacitaciones de teatro en la Universidad Nacional del Nordeste, junto a otros actores nacionales e internacionales y académicos. Organizaba encuentros nacionales de teatros universitarios, con los que logró vincular a las universidades a través del arte escénico. Por medio de un convenio entre la universidad y el municipio, se ocupó de varios talleres de teatro barriales en Resistencia y otras localidades del interior chaqueño y correntino. Como actor, participó en encuentros nacionales y del Mercosur, y ganó importantes premios. Creo que la mayoría de quienes lo conocimos, acabamos relacionándolo más al Teatro Universitario de la Universidad Nacional del Nordeste, que dirigió desde 1967. Y es este el punto que, hechas las presentaciones del caso, me interesa resaltar.
A Coco lo conocía porque era amigo de la familia; amigo de la juventud de mi papá, más precisamente. Incluso formaron una banda musical en los años '60, junto a otro par de muchachos.
Mi historia comienza a finales de 2002. Había terminado de corregir por tercera vez mi primera novela, Llamaradas de Recuerdos: empezó como un desafío para incluir información nueva que había encontrado y que podía enriquecerla mucho (siempre presente mi inquietud por enfatizar lo verosímil) pero acabé prácticamente escribiéndola de nuevo, cambiando los nombres y aspecto de algunos personajes y los lugares donde transcurriría. También intrinqué mejor la trama y me esmeré en la construcción de los personajes, ajustando detalles que habían quedado muy flojos en la corrección anterior. Más allá de eso, lo que hacía este trabajo especial, era que, por primera vez, José del Carmen Nieto, el escritor que acompañaba mi crecimiento desde que escribí, con doce años de edad, la primera versión de esta misma novela, me dijo que ahora sí, estaba lista para ser publicada y leída.
Claro que no era así de sencillo. Siempre hablo de lo complejo y lo dificultoso que es entrar a una editorial siendo un escritor joven y desconocido; a tal punto, que muchos empiezan autoeditándose. Pero la autoedición implica una inversión importante, más en mi caso, con una novela de gran cantidad de páginas, y yo no tenía el dinero. Como no soy de dejarme vencer, busco soluciones alternativas Pero ese año en particular, en Argentina veníamos de haber pasado una situación económica extremadamente delicada. Por lo que mi solución alternativa apuntó a otro lado.
Pensé que sería relativamente más sencillo adaptar la historia a las tablas, antes que editarla en papel (que, por otro lado, era la única manera de publicar por entonces). Y fue cuando entró en acción Coco Barreda. Sin pensarlo demasiado, fui al Centro Cultural Nordeste, donde estaba dictando una de sus clases, y en recreo, le comenté mi proyecto, con el original de la novela bajo el brazo. A grandes rasgos y tímidamente, porque ignoraba si tenía convicciones religiosas y cuáles serían, se la conté. A Coco los ojos se le abrieron, grandes y redondos, maravillado, imaginando cómo podría adaptarse esa historia de más de trescientas páginas y una veintena de personajes, a una obra teatral de hora y media o dos horas, cuanto mucho.
Dije recién que pensé en él como una solución alternativa, pero no la única. Desde hacía un par de años, en Resistencia se hablaba mucho de Rubén Bisceglia, un librero que había logrado una notable importancia, no solo por su crecimiento empresarial impresionante, sino porque había iniciado en el año 2000 la que hoy es una actividad importante dentro de la agenda cultural chaqueña: la Feria del Libro Chaqueño, cuya primera edición fue en la plaza central de Resistencia, desde la cual nos daba a los autores y libros chaqueños un protagonismo que no tenemos habitualmente, cuando competimos con superventas extranjeras. Pero al mismo tiempo, Rubén Bisceglia se había erigido como un importante mecenas (si no el único) de los escritores, ayudándolos a hacer realidad el sueño de ver sus libros publicados. Hacia él fue mi segundo pensamiento, luego de que varias personas me persuadieran de intentarlo, pues de todas formas, una obra de teatro no era incompatible con un libro editado en papel.
Para no presentarme con las manos vacías, recorrí las imprentas y editoriales que había en Resistencia por entonces, para pedir presupuestos para mi novela, adjunté una copia del trámite en Dirección Nacional del Derecho de Autor (hoy sé que aquello fue totalmente innecesario, pero tengan en cuenta que eso ocurrió años antes de que empezara con la Oficina para Escritores, casi no tenía conocimientos de cómo funcionaba la industria editorial y el mercado de libros) y, por supuesto, una copia de la novela, por si le interesaba hojear la obra para la cual le estaba pidiendo ayuda, y allá fui. Cómo nos conocimos y lo que ocurrió a continuación, merecen una entrada al blog aparte; diré tan solo que Rubén dijo que sí y me explicó su modo de trabajar. Vale comentar que para entonces, estábamos en febrero de 2003.
Yo estaba más contenta que perro con dos colas, como dicen por aquí. Y por supuesto, en uno de nuestros encuentros, se lo comenté a Coco. Él de inmediato me dijo que no me apurase, que se ocuparía de ver qué posibilidades tenía la novela de ser autorizada por el rector de la Universidad Nacional del Nordeste para ser publicada bajo su sello editorial. Sabía por su propia experiencia que para ello no era necesario estar ni haber estado vinculado a la institución, porque en varias oportunidades había debido ocuparse del traslado de libros de escritores ajenos a la universidad. Tan solo me pidió una copia de la novela. La entregó en Rectorado y todas las semanas, cuando iba a trabajar a Extensión Universitaria de Corrientes, le preguntaba a la coordinadora general de la Delegación, Elena Páparo de Torres, si tenía novedades. La respuesta siempre era «no, todavía no» porque nunca coincidía con el rector, para poder preguntarle por ese libro. Incluso quedó para la anécdota, que cada vez que Coco y Elena se cruzaban, antes de decir nada, antes de saludarse incluso, ella le decía: «Sí, Coco, ya sé: el libro de Marina Nill».
Hasta que, en la fecha de Pascuas de ese mismo año, 2003, se hizo el milagro. Coco tuvo que ir a Rectorado y cuando volvió, le avisó a Elena que el rector estaba en su oficina, que era el momento para llamarlo y preguntarle. Así lo hizo ella. La respuesta fue que sí, el libro estaba autorizado.
Hablé en otras ocasiones de lo que implicó ese “sí” y que nada es tan fácil ni rápido como creemos. Estas palabras son para Coco, para agradecerle haber confiado en mí y el trabajo que se tomó de llevar el libro hasta Rectorado e insistir durante dos meses, todas las semanas, hasta obtener la respuesta. Por eso, su nombre está entre los agradecimientos de la novela. Coco Barreda: si en vez de libro hubiese sido un bebé, habrías sido el padrino.
Es que no fue solamente Llamaradas de Recuerdos, sino que, a partir de su publicación, pasé de ser «una chica que escribe cosas» a «Marina Nill, la novelista». Con la novela editada en papel (reitero, que por entonces no existía otra manera de publicar un libro) me empezaron a invitar a ferias, encuentros, jornadas, tuve presentaciones individuales, incluso en el Centro Cultural Borges de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, mi currículo de escritora empezó a crecer y a trenzarse con mi trabajo periodístico, de maneras que jamás había imaginado. Y todo eso fue posible, gracias a la gestión de Coco Barreda. Porque no hubiera sido lo mismo si salía bajo el sello de la Editorial De La Paz, y eso me lo dijo el mismo Rubén Bisceglia, en un momento en que estaba muy desalentada por lo lento y difícil que se había tornado el proceso: que tuviera paciencia, me dio algunas ideas y consejos, y remarcó que el prestigio que me daría la universidad, no podía ofrecérmelo él.
Pasaron diez años. El proyecto inicial de la obra de teatro, finalmente, quedó en stand by y nunca se concretó. Pero sí, continuó mi trabajo como novelista, como escritora, surgió la Oficina para Escritores, mis trabajos de difusión…
Siempre recordaba a Coco con mucho cariño y agradecimiento. Curiosamente, por ser Resistencia una ciudad más bien chica, no nos volvimos a cruzar, a pesar de que solíamos movernos por los mismos lugares. Lo busqué en Facebook, sin éxito, en Internet, para ver si conseguía un correo o teléfono para comunicarme, pero fue en vano.
Finalizando 2013 sentí la necesidad de verlo y contarle todo aquello, hablarle de mi segunda novela, Bufeos, que había sido autoeditada en digital, de la antología de Los Alternativos, del libro de los consejos para escritores Y ahora ¿qué hago?, de mis proyectos, de los inicios de la Oficina, de El Juego de las Máscaras, que había quedado trabado en los primeros capítulos de la tercera parte…
Pero era muy fin de año, y a la locura de las fiestas se sumaba la locura del calor africano que hace en esta zona de Argentina. No era la mejor época. Lo que sí hice, fue preguntarle por él a Silvia Nealon, una amiga en común, que me aseguró que lo veía casi a diario, que Coco estaba muy bien, que siempre pasaba por las oficinas a saludar y hablaban un ratito. Me propuse ir hasta allá en marzo o abril, cuando hubieran pasado la locura del calor veraniego y del inicio del año lectivo, para sentarnos a tomar un café y mostrarle todos mis logros y agradecérselos, porque fueron posibles gracias a él. Pero no pudo ser…
El calor infernal todavía no se había apaciguado cuando, en el atardecer del 18 de marzo de 2014, encontré en Facebook una publicación Silvio Dante, un amigo en común, despidiéndose de él. Aquello me paralizó el alma. A pesar del tiempo que transcurrió y la cantidad de veces que pasé por esa experiencia, cada vez que me entero a través de las redes sociales que un amigo partió, me invade el mismo sentimiento de desasosiego, de los recuerdos hermosos, de los proyectos inconclusos, de las charlas postergadas, de cómo el tiempo sigue su curso y si no nos enfocamos y apuramos, nos pasa por encima.
Me dijeron que falleció de un cáncer fulminante. Me quedó esa espina en el corazón de no haber podido tener esa última charla con él, de no haber podido expresarle mi agradecimiento y mostrarle todas las cosas buenas que llegaron a mi vida a partir de su gestión.
Hoy, 13 de noviembre de 2022, Coco hubiera cumplido setenta y seis años. Como decimos en redes sociales, toca mandar besos al cielo. Espero que siga existiendo en alguna dimensión espiritual, y que mi agradecimiento llegue hasta él en forma de un fuerte abrazo. Hace unos años tuve la oportunidad de conversar con una de sus hijas, y expresarle a ella lo importante que fue su papá para mi carrera de escritora. Creo que nos reconfortó a las dos. Como hija, es un orgullo haber tenido ese papá, y en mi caso, pude liberar las palabras que tuve atragantadas en el pecho durante años.
Quienes conocieron a Coco, no necesitan tantas palabras. Saben muy bien quién fue y lo guardan en su corazón. A los demás, espero haber reconstruido su alma hermosa, de manera que puedan apreciarlo a pesar del tiempo transcurrido.
¡Hasta la próxima entrada!
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